12 de septiembre de 2009

Lamentos de Tersites junto al cuerpo de Ilión


Entre la luz mentida y el desvelo
vislumbro la embriaguez de mi osamenta,
sombra que desdibujo cenicienta
bajo la cima indocta de su anhelo.
Aquiles me seduce con un cielo
falaz eternizado en el escudo.
El Hades me circunda. Vibra el rudo
tambor de la contienda y sus desquites,
y en la dolida espalda de Tersites
bruñe la guerra su puñal desnudo.

Lubrica un dios con el Olimpo a cuestas
la sed de su aberrante maquinaria.
Vocifera el silencio y necesaria
se presume la noche sin respuestas.
Néstor dáse a callar. Lanzas enhiestas
disponen su ansiedad, su mordedura
sobre la piel de Ilión. Cabalgadura
reclama la violencia maldecida
por esta mano que levanta herida
un guerrero sin grebas ni armadura.

Detrás de las murallas hurga Helena
en su evasión fatídica. Deshecho,
bosqueja un sitio en el dolor el pecho
lanzado a la costumbre de la pena.
Humedecida por el llanto, llena
de alaridos y toses, nos convoca
la vejada ciudad. De roca en roca
regresa un grito flagelado al humo,
y en los ojos que a lágrimas abrumo
el color de la culpa se disloca.

¿Por qué, si soy humano, al sufrimiento
que trocado en imágenes lastima
mi brazo contribuye? Si aproxima
la bondad a mi rostro su instrumento,
¿cómo es posible que no pueda el viento
demorarla en los otros? Si serviles
no deben ser los hombres, ¿por qué a viles
criaturas descienden? ¿Qué balanza
precisa Héctor para hundir su lanza
en la soberbia demencial de Aquiles?