1 de octubre de 2012

Soñar la transparencia


                                                                                                     Curiosamente, una pastilla puede
                                                                                                     borrar el cosmos y erigir el caos.
                                                                                                                  JORGE LUIS BORGES

Curiosamente, una pastilla puede
borrar el caos y erigir el sueño.

Y a pesar de las lágrimas,
a pesar de los dientes y de la humana podredumbre,
con la mirada henchida de equidades
la realidad esconde sus serpientes de bruma.

Así como los ojos de Moisés
al mencionar la tierra prometida,
se ilumina de pronto, sorprendiéndonos,
un día fustigado por la razón brevísima
de los que callan su dolor a gritos,
un día venturoso donde imponen los peces,
perdidas las escamas,
el imperio del agua sobre la arena incuestionable,
sobre la luz que falta y la que duele.

Logrado ese equilibrio
que invocara con gestos la balanza,
nadie tiene derecho a pisotearle
sus esfuerzos al prójimo.
Los que ayer, malamente,
desayunaran turbios,
con la experiencia amarga
de su estrechez en los bolsillos,
reciben de los hartos el pan impostergable
para la ociosidad de su saliva,
y en praderas de asfalto y griterío y júbilo,
como hermanos recientes,
se alimentan el lobo y el cordero.

Deletreando el olor, el estallido
triunfante de su aroma,
regresan las canciones a todas las ventanas.
Convocado a su sitio,
el entusiasmo defenestra los números impares,
las vastas magdalenas autocríticas
que han suplido con rabia,
con autos y oficinas y venenos,
el vástago que, airados, les negaran los dioses;
las bastas magdalenas autocráticas
que únicamente son cuando degustan
el alma subversiva,
la piel del condenado
bajo el talón impúdico de sus zapatos pudorosos.

Convocado a su sitio,
el entusiasmo estalla desde unos párpados inmóviles.
Pero el tiempo es atroz: no se detiene.
Pero el hilo se quiebra: esto es terrible.
Algún reloj hermético dispone sus cuchillos
y agonizan, exangües, los minutos
cuyo deceso inexorable puede
borrar el sueño y erigir el caos.

¿Qué va a pasar entonces?
¿Qué será de los tristes?
¿Qué será de los sordos, los ciegos, los comunes?
¿Qué será de los hombres
si al despertar descubren que se debaten mudas,
ojerosas e infieles las farmacias?