24 de julio de 2010

El náufrago a su hijo


A Freddyarián,
mi único retoño,
ahora marinero en las aguas de la adolescencia.


El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor tuétano, lunas, claras oscuridades.

Miguel Hernández.
IEspantado de todo, me refugio
en ti
, porque no sabes todavía
que a veces lo que sueñas extravía
la brújula en la piel de un subterfugio.

No tornes la confianza en amuleto;
asómate a la duda: sé prudente.
Detrás de la virtud de lo aparente
disimula su trampa el obsoleto

salto hacia la penumbra. No descuides
ninguno de los pasos con que mides
la extensión caprichosa de la senda

socavada en sus márgenes. El pacto
siempre tendrá que ser con lo inexacto
para que nunca el cambio te sorprenda.

II

El justo no transige con la euforia
que sin trabajo ímprobo se aliña:
la diadema luciente que se ciña
será, después de todo, transitoria.

Sumarse a los capítulos de un drama
cuyo incierto final se desconoce,
no permite inferir que nos desbroce
la intrepidez el resto de la trama.

Aguza la visión. Como un reflejo
no deposita el alma en el espejo,
ante una inteligencia que repudia

la sordidez agazapada, vibro.
Descubre la verdad en cada libro
que te invoque a sus páginas. Estudia.

III

Cubrirse largamente con la capa
de morbidez implícita en el juego,
redunda en beneficio de quien luego
en su cálida urdimbre nos atrapa

demorando la fuga. En esa zona
donde la oscuridad nos desconcierta,
hasta el sueño más lúcido despierta
convertido en esbozo. La persona

que de su ambivalencia no se libre,
disminuye a murmullos el calibre
de la voz que tuviera. Yo desdigo

la sumisión al juego. Cuando eleves
tu edad a competir, quiero que lleves
el cerebro y el músculo contigo.

IV

Restar el cuerpo al cuerpo del trabajo
conspira contra el júbilo del hombre.
La honestidad perdura en cada nombre
si el ascenso se inicia desde abajo.

Existe, solapado, un precipicio
que, alerta la mirada, nos vigila
y, en lucha con los gérmenes que asila,
el triunfo sólo es dable al sacrificio

que uno debe asumir detrás de todo.
Libérate del ocio de tal modo
que no te sea esquiva la sustancia

protegida en el cáliz. Nunca muere
sin subir al asombro quien zahiere
sus brazos con la cruz de la constancia.

V

Desconfía del hombre que trasiega,
incapaz de luchar, con los principios,
y después, como auténticos, los ripios
que desdeña el orgullo nos entrega.

La tentación subyuga. Quien confunde
con ella la ebriedad que se persigue
su pretensión alada no consigue,
y en legamoso dédalo se hunde

mientras la luz aguarda. Si el almuerzo
nos convoca a la mesa, del esfuerzo
que se le aporte al ánimo proviene.

La meta es avanzar. ¿Qué caminante
podrá saber la cima deslumbrante
si al pie de la montaña se detiene?

VI

Vecinas de una luz que no comulga
jamás con las traiciones, el amigo
suele mostrar sus manos. Quien ombligo
de la hermandad se afirma y lo divulga

sin que las obras hablen, no distiende
la franqueza en la voz. Trueca tus ojos
en un tamiz atento a los abrojos
con que la fe del hombre se sorprende.

Si acaso alguna vez, harto de insidia,
el lodoso animal de la perfidia
derrama en tu inocencia su veneno,

aunque de furia el alma te oscurezcas,
la razón que acumules no la ofrezcas
a la venganza del dolor: sé bueno.

VII

El amor no es la dicha de brindarse
a un ensueño reciente. No es lo mismo
pasión que sentimiento: el mimetismo
a veces obnubila. Enamorarse

puede uno de múltiples mujeres,
porque dentro del hombre, agazapado,
respira el animal. ¿Quién no ha entregado
el pecho a los dolosos alfileres

con que punza el engaño? No confundas
el gozo con su antípoda. No hundas
tu voz en presumibles agonías.

Si, como el vino, la pasión se añeja
y convierte al amor en su pareja,
sólo entonces engendra melodías.

VIII

La única belleza perdurable
no es visible a los ojos: se le lleva
oculta en algún sitio. Quien eleva
el corazón al juicio memorable

de vislumbrar su encanto en el encanto
de una mujer que pasa, y la provoca
y escucha la aquiescencia de su boca,
escapa jubiloso del espanto

que hay en la soledad y permanece
con la belleza unido, y no envejece
porque con el amor llega la calma.

Cuando en tu asedio el ostracismo ruja
y en el pajar pretendas una aguja,
más que los ojos, utiliza el alma.

IX

Decidido a encontrar las olas buenas
atravieso los mares en tu busca.
Yo sé que aunque mi tránsito reduzca
el fardo ineluctable de las penas

que pondrán en tu espalda su consigna
de acercarte a la angustia, tu confianza
en dotar de equilibrio a la balanza
y emerger victorioso, será digna.

El sufrimiento, airado, nos subvierte
los deseos de hacer y se divierte
mientras a su maldad así le cuadre.

Ojalá que no invada tu estatura
y, enfrentado a su hambrienta dictadura,
dispongas de una lámpara en tu padre.

X

Hay golpes en la vida – cito el verso
con que Vallejo se asomó a la historia –
y perpetuar su impacto en tu memoria
supone la experiencia. El universo

siempre será una interrogante cuya
respuesta se nos veda; el optimismo,
una mano que lance hacia el abismo
la piedra que con límites arguya.

Yo quiero imaginarte caminando
hacia la luz escurridiza cuando,
con el coraje anclado en las pupilas

y con el brazo acérrimo, te avengas
a existir en la lucha que sostengas
con los potros de bárbaros atilas.



7 de julio de 2010