23 de noviembre de 2010

Una posible historia familiar


Quizás alguna vez, precipitándote
como una gota audaz sobre mi asombro,
sobre las cicatrices que anuncian mi tamaño,
tú saltaste, mujer, desde la lluvia,
chorreantes las palabras, el corazón, los gestos,
para decir tu aroma,
tu inusitada esencia en mis oídos.

Y ante ti armonizaron su canto los delfines,
y el aire cadencioso se adelgazó en tu pelo,
y hubo un sitio en la casa que soñamos,
un lugar bendecido por minúsculos dioses,
para que tú bajaras, lentamente,
danzante y jubilosa,
de tu caja de música.

Es cierto que la mano tenaz de lo inasible,
como esa pobre reina empecinada
en derribar de un grito la luz de Blancanieves,
ha contratado arañas, cazadores, envidias;
es cierto que ha querido
tender, entre los duendes de tus ojos
y el ángel que te asume,
sus magros laberintos,
y que a veces Ariadna, por dejadez acaso,
no ha dispuesto del hilo necesario a Teseo.

Pero después de tanto silencio clamoroso,
después de tantas redes,
qué importa que la mano tenaz de lo inasible
nos haya humedecido de lágrimas los sueños,                                      
qué importa esa mordida con dientes de hojarasca
si más allá del llanto,
de la tristeza que hace crecer los alfileres,                                   
levántase la risa 
del hijo que juntara tu sangre con mi sangre,
y otra vez armonizan su canto los delfines,
y el aire cadencioso
se adelgaza en tu pelo,                                           
y hay un sitio en la casa que soñamos, 
un lugar bendecido por minúsculos dioses,
para que siempre bajes, lentamente,
danzante y jubilosa,
de tu caja de música.


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