6 de noviembre de 2012

Admoniciones al cordero


Es preciso que entiendas: quien te saca
del fuego las castañas, cuando cobra
lleva tu esplendidez a la zozobra
y, atándose de un vicio que no aplaca,

tu agradecida voluntad sonsaca
invalidando límites. La obra
de ficticios pastores maniobra
con la indolencia que tu voz no ataca.

Ajeno a las maldades y a su friso,
sueñas con la equidad del paraíso
y, viéndote habitar el desespero,

hay un grupo falaz que se divierte
mientras tú aprendes a vivir la muerte
clavado, como Cristo, en un madero.



1 de octubre de 2012

Soñar la transparencia


                                                                                                     Curiosamente, una pastilla puede
                                                                                                     borrar el cosmos y erigir el caos.
                                                                                                                  JORGE LUIS BORGES

Curiosamente, una pastilla puede
borrar el caos y erigir el sueño.

Y a pesar de las lágrimas,
a pesar de los dientes y de la humana podredumbre,
con la mirada henchida de equidades
la realidad esconde sus serpientes de bruma.

Así como los ojos de Moisés
al mencionar la tierra prometida,
se ilumina de pronto, sorprendiéndonos,
un día fustigado por la razón brevísima
de los que callan su dolor a gritos,
un día venturoso donde imponen los peces,
perdidas las escamas,
el imperio del agua sobre la arena incuestionable,
sobre la luz que falta y la que duele.

Logrado ese equilibrio
que invocara con gestos la balanza,
nadie tiene derecho a pisotearle
sus esfuerzos al prójimo.
Los que ayer, malamente,
desayunaran turbios,
con la experiencia amarga
de su estrechez en los bolsillos,
reciben de los hartos el pan impostergable
para la ociosidad de su saliva,
y en praderas de asfalto y griterío y júbilo,
como hermanos recientes,
se alimentan el lobo y el cordero.

Deletreando el olor, el estallido
triunfante de su aroma,
regresan las canciones a todas las ventanas.
Convocado a su sitio,
el entusiasmo defenestra los números impares,
las vastas magdalenas autocríticas
que han suplido con rabia,
con autos y oficinas y venenos,
el vástago que, airados, les negaran los dioses;
las bastas magdalenas autocráticas
que únicamente son cuando degustan
el alma subversiva,
la piel del condenado
bajo el talón impúdico de sus zapatos pudorosos.

Convocado a su sitio,
el entusiasmo estalla desde unos párpados inmóviles.
Pero el tiempo es atroz: no se detiene.
Pero el hilo se quiebra: esto es terrible.
Algún reloj hermético dispone sus cuchillos
y agonizan, exangües, los minutos
cuyo deceso inexorable puede
borrar el sueño y erigir el caos.

¿Qué va a pasar entonces?
¿Qué será de los tristes?
¿Qué será de los sordos, los ciegos, los comunes?
¿Qué será de los hombres
si al despertar descubren que se debaten mudas,
ojerosas e infieles las farmacias?


29 de septiembre de 2012

Internet y la literatura cubana


Hace algunos meses, durante un encuentro fortuito con Jorge   Ángel Hernández Pérez  en la sede de la UNEAC en Santa Clara, conversábamos acerca de la escasa divulgación que se le ha dado a la literatura cubana en internet. Eso es un hecho innegable. Yo he tenido la oportunidad de indagar en innumerables sitios que permiten la descarga gratuita de obras literarias, y puedo dar fe de ello. Si se descartan los escasos títulos disponibles en las bibliotecas de Cubaliteraria y Esquife, son pocos, en verdad, los libros de autores cubanos que circulan en el ciberespacio. Y, por otra parte, no es igual la navegación a través de un PDF editado específicamente para su lectura digital, que a través de otro que se conforma a partir de una copia de la edición impresa del libro. En el primero, es factible localizar  textos específicos mediante la utilización del índice, siempre que se le inserte una tabla de contenido, por supuesto; en el segundo, es necesario valerse del mouse y rodar las páginas hasta encontrar el poema o el cuento que deseamos releer.

Carpentier y Cabrera Infante son, hasta donde he podido investigar, los dos escritores cubanos con el mayor número de obras subidas a internet. Pero la mayoría de esas ediciones, casi todas en Word, muchas veces resultan desastrosas desde el punto de vista ortográfico y, más que gusto, da disgusto leerlas. Yo he tratado, aun cuando mis conocimientos en materia editorial continúan siendo rudimentarios, de eliminar algunos de los defectos aludidos en los libros que he colgado en Ediciones PdA. Para ilustrar lo que digo, les voy a colocar aquí dos novelas que podrán descargar creando previamente una cuenta (gratuita) en 4shared.

Jorge Ángel Hernández
El callejón de las ratas
Descargar
Comoquiera que digitalizar un libro requiere de un tiempo del cual no siempre se dispone, El callejón de las ratas presupuso para mí un empeño bastante difícil. Descubrí, casualmente, un PDF calzado por la editorial Feijóo. Luego de pasarlo a mi computadora, le dediqué algunos días (me encontraba entonces en Cuba) para convertirlo en Word y formatearlo de acuerdo a mis deseos. Más tarde, aunque la ortografía era impecable, tuve que revisarlo de principio a fin, porque los guiones automáticos a veces dividen arbitrariamente las palabras (hab-ían, por ejemplo). Después, considerando que a los demás, como me sucede a mí, les gusta saber quién es y qué ha hecho el escritor que están leyendo, me conseguí una foto y los datos de H (que son una síntesis de los que él ofrece en Ogún guerrero), y con ellos elaboré la página que funge como contratapa y a la cual se puede ir directamente con un clik sobre el nombre del autor ubicado en la portadilla. Y por último, corregí los números de páginas indicados en la Posible guía al lector para hacerlos coincidir con las páginas que les correspondían en mi edición.

Alejo Carpentier
El reino de este mundo
Descargar
Con respecto a El reino de este mundo la tarea fue bastante parecida. Me ahorró tiempo el hecho de que accedí a una transcripción del libro en Word, pero, para desgracia mía, estaba contaminada de erratas e incoherencias. Disponía, sin embargo, de una edición impresa. Me afilié a la opción de cotejarlas y, luego de muchas horas de trabajo (incluido el de las posaderas) el resultado es éste que ahora les ofrezco.

Confío en que ni al amigo Hernández Pérez ni a los herederos del maestro Carpentier les desagrade que estas dos novelas circulen por la red. Aunque yo sólo he tratado, según creo, de mejorar un tanto las ediciones originales, es decir, las que ya estaban colgadas en internet, reconozco que no les solicité permiso para hacerlo. De manera que si no les parece correcto, les ruego que me lo hagan saber lo antes posible para evitarnos probables incomprensiones.


25 de febrero de 2011

Hablar de poesía en posguerra


 Por Carmen Sotolongo Valiño

Hace ya nueve años que el poeta Arístides Vega creó para mí un espacio mensual en el Proyecto Ateneo de la librería “Pepe Medina” al que nombramos “Hablar de poesía”. No es un taller de creación sino un lugar donde se comparten saberes que escasean en el debate y la enseñanza habitual acerca del género. Prefiero enfocarme fundamentalmente en los rasgos estilísticos de la poesía, o sea, en los recursos poéticos y su evolución. Los ciclos del curso han transcurrido, varían, se enriquecen, pero existen ciertos libros, cuyos textos se me han convertido en indispensables para esta labor, pues son, junto a los clásicos, la ilustración perfecta de la realidad práctica de la teoría. Entre ellos se encuentra Fotógrafo en posguerra, de Yamil Díaz Gómez, editado por Unión en 2004, y que ahora conforma la parte tercera y última del libro La guerra queda lejos, Letras Cubanas, 2009.

La poesía de Yamil es paradigma de la recuperación contemporánea del soneto y la décima, el tratamiento de la imagen autoral y la interrelación de la poesía con otros campos de la cultura. Desde que obtuvo el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara con Apuntes de Mambrú (Capiro, 1993) y luego con Soldado desconocido (2001) se reveló como un autor con grandes dones líricos y disciplina para cultivarlos. Tuve la convicción, cuando ojeaba por primera vez Fotógrafo en posguerra, de que al pasar el tiempo este muchacho quedaría como un clásico que a principios del milenio leía aún el último periódico del siglo y componía un poema dentro de cuyas redes quedaba apresado. En este libro dos secciones completas están formadas por sonetos endecasílabos propios, alejandrinos polirrítmicos o combinaciones polimétricas, fluyendo en perfecta armonía, sin un solo tropiezo acentual. En su conocido “Elogio del endecasílabo” expresa Dámaso Alonso: ¿Qué ángel matizó la sabia alternancia de los acentos, la grave voz recurrente de la sexta sílaba, o los dos golpes contrastados de la cuarta y la octava, en el modo sáfico? Décadas de rebeldía métrica y pretendida experimentación “actualizadora” con formas ríspidas han demostrado solamente que no bastan once sílabas métricas para crear un endecasílabo, hay que tener oído para su especial acentuación.

En este tipo de verso Yamil muestra una clara preferencia por el acento constituyente en la sexta sílaba (yámbico) y la flexibilidad combinatoria del apoyo en las anteriores, que puede estar en primera, segunda, tercera o cuarta, aunque con una preferencia estadística de la pauta que la tradición ha llamado melódico (3 – 6 -10)(1). Le sigue en frecuencia el de cuarta y octava (sáfico). Son, sin dudas, los soportes rítmicos que le confieren a este metro el don extraño y especialísimo de ser antiguo pero no anticuado, de ser elaborado y a la vez natural. En “Borges bajo la lluvia”, Yamil va desarrollando su tema en las diferentes variantes del yámbico, y sigue hasta llegar al verso final donde nos sorprende el cambio, esta vez en cuarta y octava: (…) Los hombres vagamente sabrán luego / –cuando lo cuenten Borges y Tiresias– / que en la lluvia hay oscuras peripecias / solo visibles para un ojo ciego. En este soneto podemos apreciar, además, cómo la intertextualidad se hace trascendente cuando el intertexto proviene de la literatura: misterio, crucifixión, Dios, Borges y Cristo. Cuando proviene del mundo cinematográfico el sentimiento es más terrenal, como en “Los paraguas de Cherburgo”, esa “(escena del regreso)” dibujada a pinceladas sueltas, rasgadas, inconclusas, donde no se nombra la palabra “amor” –obliteración del significante, recurso de las poéticas neobarrocas– porque su imposibilidad raigal es el gran tema. Este soneto utiliza muy sabiamente el llamado “signo de indicio”: Cruzan otra ciudad, bajo otra nieve, / otros novios hirientes de inocencia. (…) Inusual que la inocencia se califique de “hiriente”; signo un tanto difuso todavía a la altura del segundo verso, es paradoja que indica su pérdida, su segura transformación en dolor; realidad que nos hiere porque ya sabemos su desenlace; “dolor” es también un significante obliterado, su representación en el poema se da por otros signos que lo aluden metonímicamente y van configurando su significado. La “ruptura de sistema” es columna vertebral en el texto: Ya no bajas del cielo cuando llueve. / En Cherburgo no llueve: cae la ausencia. La frase hecha “cae… la lluvia, la nieve”, está subyacente, no explícita, pero evocada por el contexto y cuando, a contrapelo de lo que ocurre en la realidad del conocido filme, se nos afirma que en Cherburgo no llueve y aguardamos, tras los dos puntos, una explicación de campo semántico opuesto, el poeta rompe con la expectativa lógica y sintáctica. También hay ruptura de sistema a nivel rítmico en los cinco versos finales: luego del predominio hasta el inicial de los tercetos, de endecasílabos melódicos (3 -6-10), se suceden cuatro en la variante heroica (2-6-10) enfatizados, además, por la anáfora cuya conclusión se lleva con un encabalgamiento suave hasta el verso final constituido por un endecasílabo a la francesa, de acentuación en cuarta sobre palabra aguda, y luego en sexta o en octava, aunque aquí no nos interesa la clasificación taxonómica de los versos sino constatar la imbricación magistral de los recursos estilísticos :

¿Qué me queda? El Olvido. Sus espejos.
Tu nombre, disipándose a lo lejos.
Tus manos, como cántaros remotos.

Tu risa, como un río detenido.
Tus ojos, como dos paraguas rotos
que no podrán cubrirme del Olvido.

La tropología visionaria engarzada en un recurso tan tradicional como la anáfora, se une a la riqueza rítmica para dar al cierre del soneto la elegancia propia de un madrigal, donde se recogen todos los motivos temáticos esparcidos a lo largo de los catorce versos: la ausencia, la guerra, la partida, la lejanía, lo remoto, el desamparo frente al Olvido.

Amante y conocedor profundo de la cultura popular, puede armar un soneto, todo juego e ingenio, ensartando títulos y frases de las más conocidas canciones del acervo tradicional en “La gloria eres tú”. Recuerdo que en mis días de la enseñanza media era este un esparcimiento muy frecuente. El amplio bagaje cultural de Yamil lo hace un buen conocedor de la materia que moldea; elige bien sus citas, cargadas de afectividad por su naturaleza intrínseca: Quiéreme mucho. Ven a la campiña (…), les añade una pizca de ironía en la ruptura temporal: ahora todas las cosas que uno quiere / en un disco se pueden alcanzar! Y logra un excelente soneto que es, a la vez, homenaje a la cancionística popular y poema de amor, que potencia el placer del texto no solo con la pertinencia de sus citas sino también con la pericia rítmica apoyada fundamentalmente en el endecasílabo melódico, como conviene al asunto que trata. Anotemos de paso la fluidez del lenguaje, la facilidad de explotar la tendencia de la lengua española a cohesionar la cadena fónica mediante enlaces y sinalefas. Oigamos de nuevo este verso:   si en tu ausencia no hay bella melodía, el que de quince sílabas gramaticales llega al endecasílabo por tres sinalefas, dos de las cuales ligan tres vocales.

Pero en los poemas en verso libre de este conjunto nos seduce igualmente la cadencia, la limpieza de los sonidos, la suavidad de sinalefas y enlaces. Y a poco que nos adentremos en la lectura sorprendemos versos, o pequeños grupos de versos isosilábicos, señaladamente endecasílabos propios, alejandrinos, eneasílabos, heptasílabos y pentasílabos, todos con su característica repartición de acentos, sabiamente cortados a tiempo por otros cuyo patrón es libre. Seguimos sintiendo el poema como libre, por tanto, ya que el contexto mayor nos obliga a dejar de sentir los elementos que determinan la regularidad de los isosilábicos, pero se potencia increíblemente la armonía, musicalidad y complejidad rítmica de los poemas.

Por otra parte, he oído ya con demasiada frecuencia que Fotógrafo en posguerra cierra la trilogía acerca de la guerra, que comenzó con Apuntes de Mambrú y cuyo segundo hito fue Soldado desconocido. La actual reunión de los tres libros en La guerra queda lejos, con el excelente prólogo de Roberto Manzano, lo confirma. Me pregunto, ¿es que estos tres libros tratan solo de la guerra?, ¿es que no va a escribir ya más el poeta acerca de este tema que le obsesiona? La respuesta a la segunda pregunta pertenece al futuro ; en cuanto a la primera, es absolutamente negativa: en los tres poemarios son recurrentes los temas eternos de la poesía: amor y desamor, muerte y vida, biografismo, la relación entre el yo y los otros ; el tiempo, tanto el cósmico como el biológico –infancia, adolescencia–; el arte, la literatura (fuerte presencia), pero también el cine, la canción popular, los cuentos infantiles, el anonimato y la trascendencia, y aquellos imposibles que guían la conducta humana. Para Harold Bloom, el elemento primordial de la poesía lamentablemente es la adivinación, o sea, la desesperación por tratar de presagiar los peligros para el ser, provenientes de la naturaleza, de los dioses, de los demás, o, en verdad, del ser mismo. Y es que la guerra resume todos estos peligros, como se demuestra desde la Ilíada hasta el cine bélico de nuestros días.

Adivinación, presagio; en el primer poema, que da título al libro Fotógrafo en posguerra, el hablante lírico afirma:

(...) 
les adivino un porvenir desde mi cámara.
Dicen que un arpa sonará,
que algo va a renacer,
y nadie más perderá su barrio y su farol;
mas ahora posen para estas instantáneas que engordan el pasado.
(Todos los barrios tienen un Miguel de Nostradamus,
y es el pasado lo que profetizan).
(…)


Es la guerra, entonces, una isotopía fuerte en su poesía, signada no obstante, como he dicho, por la heterogeneidad. Por ejemplo, hay mutaciones inte-resantísimas en la figura del poeta, representadas en el libro por el hablante lírico y sus codialogantes. Es sabido que la lírica es el género que más propicia la identificación lectora del autor con el ente que habla en el poema, sintiéndose así la enunciación como un acto del habla que ocurre aquí y ahora. En el romanticismo y hasta el Modernismo la lírica permitía la correlación entre el sujeto lírico y la imagen auroral, era común la efusión sentimental y el poeta, al construir su imagen en los versos, quería solo ser un ser humano. En la vanguardia y en la posvanguardia esta imagen se construye sobrepasando los límites de los humano y no quiere ser reconocida más que como una voz; el protagonista de la enunciación es el lenguaje y el poeta no es más que su instrumento. En la poesía actual (¿pos-posmoderna?) el yo poético no posee una característica unitaria. Una de sus constantes es darle voz al otro. En un ensayo brillante, Nöel Castillo llamó a esta posición “fingimiento”(2). Yamil transita por una variedad de sujetos líricos que cumplen esta característica de enmascaramiento, en el poema anteriormente citado, por ejemplo, es ecléctico: por una parte, si creemos al título se trata de un fotógrafo de barrio, pero el hablante dice: yo, que nunca he existido (…) o: Aunque nunca he podido dejar en una efigie / mi cuerpo de humo, / mi corazón de humo,(…) ya que, el carácter mismo de la fotografía deja fuera, y muchas veces en el anonimato, a su autor. Este fotógrafo, con señas ora de mutilado, ora de adivino, de muerto, de profeta o de fantasma, va alternativamente de lo figurativo a lo abstracto, del que pregona para que se asomen, al que solo habla a través de las cartas escritas a muchachas que, al final, en un acto enfáticamente autorreflexivo, se convierten en los versos de este mismo poema que ellas leerán emocionadas en el futuro. En “Canción de amor a Blancanieves” es el espejo del cuento tradicional el que asume el rol de sujeto lírico: (…) vine a gritar tu belleza, / a comerme si puedo tu fruta envenenada, / y así al final de la leyenda serás feliz con otro (…). Citaré a continuación el cierre del poema, en el cual puede advertirse, además, la presencia de la métrica escondida en el verso libre de Yamil: la combinación métrica resulta sumamente armoniosa porque el alejandrino esta compuesto por dos hemistiquios heptasílabos, y porque este metro de siete sílabas demostró desde siempre su idoneidad para mezclarse con el endecasílabo, en series como la estancia y la silva, de rara afinidad con el verso libre.

(…)
Heptasílabo: y tu no sabrás nunca
Alejandrino: que cuando nadie crea en príncipes azules
Heptasílabo: quedará un solo espejo
Endecasílabo: donde siempre serás la más hermosa.

Heptasílabo: Yo, que no tengo rostro
Heptasílabo: y los pido prestados
Heptasílabo: para poder llorar.

Volviendo a la ficcionalización del yo poético, en “Madrigal del verdugo”, es este personaje aludido en el título el que habla, o es taquillero, proyeccionista, rotulista en “Crónica de cine”: (…) Me gustan las películas donde ganan los malos / porque nadie más malo que yo mismo. / Yo reparto boletos. Yo prendo el proyector. / Anuncio en cartelones las escenas del crimen o el rapto de la novia. (…), o en “Carta al loco del bario”, donde asume el rol de coprotagonista del loco. En “El soldadito de plomo” el hablante es el soldadito, que declama su poema en sonetos a la bailarina de papel. En todos estos casos es un personaje figurativo, se refiere al mundo exterior, es cosmológico. Pero no se elude el autobiografismo, ficticio o real, la nostalgia por la pérdida de la infancia, de los primeros sitios amados, las muertes familiares… puede citarse “En un rincón del barrio quedaron páginas de invierno”, o el titulado “Hoy, cuando acariciaba la cabeza del hijo del vecino”:

(…)
Tú –sin haber estado– te me fuiste.
Y cuando cruces el portón más triste,
un regaño será mi bienvenida.

Te voy a regañar porque tal vez
la verdadera muerte no es lo que está después
sino lo que está antes de la vida.

Hay poemas de amor y desamor como “Primer poema con Aurora”. En esta línea, pero además deliciosamente autorreflexivo es “Letanía menor para tu mano”, donde al final el sujeto lírico queda perdido en el mismo poema que él escribe. A veces el hablante renuncia a la figuratividad y se hace más abstracto, más general, encarnando al Hombre, con mayúscula; es el caso de “última crónica de cine: el gran dictador”, y, señaladamente, en “Manifiesto”, soneto endecasílabo que combina armoniosamente las variantes yámbicas y sáfica, además de ser ejemplo de los finales rotundos que son una de las más notables características de la poesía de este autor.

El poemario concluye con una de las tres piezas más famosas del libro (la tríada a la que aludo es “Fotógrafo en posguerra”, “Temba feroz” y “El flautista en la cruz”), este último, publicado primero en plaquette por Ediciones Vigía, fue el escogido acertadamente para el cierre. En cuanto a la posición del sujeto lírico, esta vez es, por sus atributos, Cristo, y el destinatario de su discurso es el Hombre, personaje figurativo uno y generalizante el otro, drama cosmológico y noológico a la vez porque alude al mundo interno y conceptual del ser humano. Constituye, asimismo, paradigma de deconstrucción de un metarrelato porque el sacrificio expiatorio de Jesús se deconstruye buscando nuevos sentidos. Consecuentemente el recurso estilístico de la ruptura de sistema es constante en sus versos:

(…)
tú eres capaz de amar y traicionar:
eres el único milagro.
(…)
durante veinte siglos has puesto precio a mis parábolas.
Dios hizo el mundo, y tú le has puesto precio,
(…)
Si no logramos tocarnos las entrañas uno al otro
será porque la vida
es una trampa donde tú naciste,
y no te puedo rescatar. (…)

Los ocho versos últimos de este extenso poema son una combinación de heptasílabos y pentasílabos, que terminan con un pareado perfecto de endecasílabos yámbicos, y forman un final rotundo y conclusivo:

Pero sigo gimiendo,
y no me escuchas;
pero sigo sangrando,
y no me escuchas;
pero sigo creyendo,
y no me escuchas.
Y al final no comprendes porque, HOMBRE
la vida era la única parábola.

Mambrú, en fin, se fue a la guerra, y allí comprendió que moriría sin hijo ni apellido, como aquel en cuyo osario solo figura una cifra: C-3 / F-9, y lo complaceremos, no diremos su nombre, esperaremos tercamente nosotros, los presuntos sobrevivientes, a que la flauta nos toque y nos volvamos música, símbolo ambivalente de alegría y tristeza, pero también de la leyenda y la serenidad, ese incierto porvenir que nos presagia el fotógrafo deseoso de retratarnos en esta, la posguerra.

________________________________________
1-Tomás Navarro llama yámbico al endecasílabo de acento constituyente en sexta y distingue en él tres clases: el enfático, con acentos en primera, sexta y décima; el heroico, en segunda, sexta y décima; y el melódico, en tercera, sexta y décima. De todas formas, siempre el más perceptible recaerá en sexta y el obligatorio estará siempre en la sílaba décima, como es obvio.

2-Noel Castillo: “Fingimiento y fermosa cobertura: poesía siempre” en Umbral (1): 22-23; Villa Clara, 1999.


Tomado de Hacerse el cuerdo



20 de enero de 2011

La frente contra el muro


Piensas que no has de ser, como quisiste,
hacedor de algún verso perdurable
y, sin embargo, a la mudez palpable
que implicita el silencio, se resiste

la intolerancia de tu voz. Persiste,
como arraigada en ti, la inexorable
costumbre de buscar lo inatrapable
con que a la sed de un sueño te ofreciste.

Si un día te levantas y reniegas
de la opresión que sufres, cuando entregas,
después, algunas líneas al futuro

de la página en blanco, perpetúas
el afán primigenio y continúas
golpeándote la frente contra el muro.


25 de noviembre de 2010

El rastro del General


Por Juan Manuel Parada


El General, después de girar la manzana del revólver, tiró del gatillo y cerró los ojos apuntándose a la sien. Al chasquido hueco y fallido le siguió la brisa caliente que bailaba en sus orejas. Sudaba la nariz del General, esa nariz aguileña que con tanto orgullo elevó en su época de gloria. Porque un General como él debió levantar la nariz, la barbilla y la pistola cuando enfrentó al enemigo. Se levantó a cerrar la ventana. Miró por encima de los arbustos que bordeaban la carretera y clavó la vista en el sembradío.

–Cabrón.

Dijo desganado cuando un caballo se detuvo en frente y el jinete lo miró por debajo del sombrero. Sabía el General de un solo hombre capaz de mirarlo así, un solo cabrón que no teme. Y lo mataría otra vez, y otra más y otra y otra, porque un cabrón es cabrón hasta después de morirse y se merece un balazo en el cielo de la boca.

Se zampó un trago de ron y volvió sobre la silla. Por un momento todo se le hizo ajeno, tanta medalla y diploma, tanta foto en la pared con ministros y mujeres. Y recordó el General sus largas guerras y hazañas. Imágenes aceitosas inflamándole el pecho. Como la vez que invitó a los treinta guerrilleros, dizque para negociar, dizque para la amnistía…y habiendo firmado el trato le dio una señal a la tropa para que los masacraran. Porque un ganador se inclina sobre la espalda de otros, pensaba entonces el General cuando lo condecoraban o le ascendían de rango, y ahí él, con sus bigotes espesos y esos lentes tan oscuros luciendo la charretera reluciente bajo el sol.

Entonces se arrellanó y evitó cerrar los ojos cuando recordó la frase de ese cabrón antes de que lo fusilaran. No porque temiera el General, sino más bien por el fastidio  de recrear la imagen de un rastro de sangre dibujándole los pasos, ese arroyo viscoso siguiéndole a toda hora. Y se le manchaba la hacienda de sangre por todas partes, y si algo odiaba el señor era el desastre y el caos.

Encendió una vela y apagó la lamparilla. Le gustaba acompañarse de las sombras. Era como si cada objeto cobrara vida debajo de su mano al ponerle fuego a la mecha. Esa sensación de poder, ese sentirse creador le reconfortaba un poco.

Cuando la fetidez le envolvió el rostro, retornó sobre el recuerdo. Entonces había atrapado a los nueve revoltosos que se resistían al orden, enemigos de la patria a quienes atrapó en la selva. Revive con nitidez cuando uno de ellos, el más joven, se cagó en los pantalones. ¡Culicagao pues, tirándosela de patriota! pensó con burla y le hizo arrodillarse. Se lamió el bigote negro y, mirándole por encima de los lentes, le pegó un tiro en la sien, porque el miedo le da asco, mucho más que cualquier cosa.

Mira las balas sobre el escritorio y se dice que ahora sí debería cargar el arma. No soporta la humedad en el culo y en las piernas, ni el olor a mierda apretándole la nariz y, aunque le hiere saberse así, indefenso, aminorado, le place que después de todo el destino está en sus dedos.

Vuelve a girar la manzana del revólver.

–Dispara cobarde.

Le dice levantándose del suelo con la cara partida a golpes, el morral terciado al hombro y los ojos dilatados.

El General se limpia el sudor encendiendo un cigarrillo.

Lo mira a través del humo y se guarda la pistola. Sabe que ya no puede humillarlo, que no le teme a la muerte. Ni los cadáveres abaleados, ni las torturas, ni él, le hacen sentir temor.

–Cabrón.

Masculla el General entre dientes y lo deja a sus espaldas. No le gustaría matar con sus manos a un cabrón que no le teme. Pero antes de salir escuchó la sentencia que lo persiguió por siempre, ésa, la de un rastro viscoso dibujándole los pasos, siguiéndole a todas partes, delatando su maldad. Luego, en el paredón improvisado para el fusilamiento, el tipo lo miró con un asco que le dio risas al General.

Ahora, con el pañal repleto de mierda y las piernas orinadas, se pegaría un balazo justo al lado de la oreja. Porque un General como él debía morir con honor.

Cuando la manzana dejó de girar y subía el arma hacia su cabeza con el dedo en el gatillo, una mujer lo detuvo, sin mucho afán, como acostumbrada a ese juego de la pistola sin balas. Y una vez más, en manos de la criada fiel, el anciano General se deja limpiar el culo y cambiar los pantalones, callado y sumiso, asqueado por la hediondez y por el rastro de mierda que va dejando a su paso.

23 de noviembre de 2010

Una posible historia familiar


Quizás alguna vez, precipitándote
como una gota audaz sobre mi asombro,
sobre las cicatrices que anuncian mi tamaño,
tú saltaste, mujer, desde la lluvia,
chorreantes las palabras, el corazón, los gestos,
para decir tu aroma,
tu inusitada esencia en mis oídos.

Y ante ti armonizaron su canto los delfines,
y el aire cadencioso se adelgazó en tu pelo,
y hubo un sitio en la casa que soñamos,
un lugar bendecido por minúsculos dioses,
para que tú bajaras, lentamente,
danzante y jubilosa,
de tu caja de música.

Es cierto que la mano tenaz de lo inasible,
como esa pobre reina empecinada
en derribar de un grito la luz de Blancanieves,
ha contratado arañas, cazadores, envidias;
es cierto que ha querido
tender, entre los duendes de tus ojos
y el ángel que te asume,
sus magros laberintos,
y que a veces Ariadna, por dejadez acaso,
no ha dispuesto del hilo necesario a Teseo.

Pero después de tanto silencio clamoroso,
después de tantas redes,
qué importa que la mano tenaz de lo inasible
nos haya humedecido de lágrimas los sueños,                                      
qué importa esa mordida con dientes de hojarasca
si más allá del llanto,
de la tristeza que hace crecer los alfileres,                                   
levántase la risa 
del hijo que juntara tu sangre con mi sangre,
y otra vez armonizan su canto los delfines,
y el aire cadencioso
se adelgaza en tu pelo,                                           
y hay un sitio en la casa que soñamos, 
un lugar bendecido por minúsculos dioses,
para que siempre bajes, lentamente,
danzante y jubilosa,
de tu caja de música.