23 de junio de 2009

Poemas de Gustavo Córdova

Con la poesía, con el intento de convertirnos en hacedores de versos más o menos afortunados, solemos avecinarnos ya durante la infancia o, a más tardar, en el transcurso de la adolescencia. La lectura de un libro sorprendente o el surgimiento de los primeros amores imposibles, constituyen estímulos que, de alguna manera, nos precipitan a la asunción del riesgo.

Al hombre, sin embargo, no siempre se le concede el privilegio de sumergirse sólo en las aguas que le resultan agradables. Así, a muchos adoradores de las letras la vida tiende a encaminarlos a través de senderos escasamente afines con esas inclinaciones primigenias. Pero los seres que comulgan desde pequeños con la literatura, aún cuando se especialicen en el desempeño de otras profesiones, casi nunca consiguen separarse definitivamente de sus pasiones iniciales. Y, escamoteándole horas al descanso, se dan a la inefable convocatoria de la palabra y escriben, tratando de labrarse un tono personal y de saberse realizados, en primer lugar, consigo mismos.

Gustavo Córdova (Maracay, 1959) es uno de los hombres que menciono. Ingeniero especializado en gerencia de proyectos, vive y sostiene a su familia con el ejercicio de su profesión. Pero, deslumbrado tempranamente ante la lectura de una de las obras capitales de Vicente Gerbasi, se aprestó a la celebración de sus eternas nupcias con el encantamiento de la poesía.

Y aquí están sus poemas. A pesar de que todavía no ha publicado ningún libro - seguramente por la falta de conexiones con esos laberintos, muchas veces inextricables, del mundo editorial -, en ellos puede evidenciarse la mesura de quien se sabe dueño de un cúmulo importante de recursos expresivos. Sus textos, no solamente por los vínculos temáticos, sino también formales, traslucen un enjundioso estudio del autor de Mi padre, el inmigrante. Pero, más allá de una adecuada tamización de otra poética, emerge la voz identitaria de Gustavo. Y eso, para mí, ya presupone la consecución de un estilo.



VISIÓN

Amanecida de pájaros,
descubierta de sábanas,
inclinada,
yo te sueño.
Tú, en cambio,
abrevias tu aparición
en un sorbo de luz
y te disipas.

Otras palabras habitaré después
- cuando amanezca -
y no tu nombre,
que es estremecimiento,
y humedad,
apagándose en mi boca.

Extiendo mi mano hacia la noche
y te ofrezco, ausente,
mi inútil almohada.



HAY OTRA VASTEDAD

Hay otra vastedad
detrás de nuestros párpados,
no sé si aún más fría
o dulce que la tierra.

Antiguos naufragios la circundan,
olvidadas expediciones de sueños,
desde cuyas velas, desgastándose al sol,
viejas palabras dicen adiós eternamente.

Hay otra vastedad
detrás de nuestros párpados.
Cruzan su espacio puentes interminables
colgando hacia la nada,
como miradas suspendidas que duermen
soñándose a sí mismas,
saliendo de otro rostro,
cayendo hacia otro abismo.

Hay otra vastedad
detrás de nuestros párpados.
De ignotas latitudes,
sin ángulos ni rostros.
A veces, tras los arcos de sus vetustas puertas,
tendemos nuestra piel al sol
para secar sus sueños de húmedas madrugadas.

Hay otra vastedad
detrás de nuestros párpados.
Y es siempre el hombre solo quien la habita.
Encendemos antorchas cada noche
y abrazamos en el sueño nuestra sombra.



SI AÚN VIENES

Si acaso están tus pasos
viniendo aún hacia mis días,
siembro de hojarascas amarillas cada tarde
con labios que los besen para apurar tu angustia.

Por si una noche entre tus senos sopla un ángel
su aliento sideral y te convence,
te sueño interminables tempestades
batiendo su furor sobre las puertas.
Relámpagos y signos que iluminen
ojos telúricos detrás de las ventanas.

Te pienso aguamaniles de esmeralda
en los pozos profundos de mi boca,
y una canción de sal, y sol, y olivos
con los que bautizar tu piel en cada pliegue.

Si acaso están tus pasos
viniendo aún hacia mis días,
búscame al pie de los dolientes pinos
que crecieron en los valles de la espera.

Recojo tus gotas en mi piel:
lejano llueve tu silencio
sobre mi piel de siglos.



A MI HIJO

Tú llegabas,
y había ciervos escondiendo en tus ojos
enigmas antiguos de la tierra.

Sí,
a pesar de ti y de mí,
a pesar de los dientes sin rostro
y de las saetas en la piel, tú llegabas.

Desde todas las ausencias,
desde todas las paredes y las puertas
de ciudades en cuyas casas el hombre,
solo,
se esconde con su hambre y sus sueños,
mientras afuera la noche
deja caer su aire espeso y húmedo
sobre los cuerpos de los abandonados.

Llegas
a las heridas de este mediodía,
a estos brazos ya marcados,
a estas rodillas sangrantes.

Al silencio
que cruza todas mis soledades,
donde sólo habita este latido,
escapando siempre hacia otras manos.



OTOÑO

Llueve aún
sobre mis ramas ya desnudas
en este otoño interminable que me diste.
Y yo sueño que son hojas los temblores
de las gotas suspendidas que me besan.

Cuando salga el sol
me secará los sueños,
y en el vetusto tronco un corazón,
de hundido puñal,
me contará la vida.



BITÁCORA

Cuánto pesan los pasos
con que nos vamos alejando
hacia la última verdad que nos habita.
Cuánto estas sombras diluyéndose,
arrastrando su adiós sobre las piedras.

Yo llevo calles, manos, besos
y antiguos dolores.
Y voy poblado por gritos y silencios
que fueron llenándome los años.

Y alguna sonrisa que dejé olvidada
me hizo dudar quizás alguna noche, pero aún
yo sigo huyendo hacia esa tarde
que levanta sobre cuerpos trashumantes
un vuelo interminable de aves migratorias.

No hay comentarios: