No han sido pocos los escritores que, una vez consagrados, tendieron a excluir, íntegra o parcialmente, sus producciones primigenias de la suma de sus obras completas. Aunque no es de dudar que a cada uno de ellos les sobraran argumentos para justificar esa especie de filicidio, en mi opinión tal actitud se asemeja un tanto a la de los padres que, por una razón u otra, se desentienden de sus vástagos. Y comoquiera que nunca he considerado equitativo solidarizarme con quienes la propugnan –aun cuando en la susodicha relación sólo se incluyan, como es de suponer, literatos de altísima y bien cimentada reputación–, celebro que siempre se les haya respetado a los lectores la inalienable oportunidad de disentir.
Diríase que Julio César Blanco Rossitto (Ciudad Bolívar, 1961) es uno de esos creadores meticulosos que no evidencian aptitudes para comulgar con probables arrepentimientos ulteriores. A pesar de tener publicados tres libros de poemas, ha esperado a que desaparezcan todas las humedades de la clepsidra para entregarnos su primera compilación de las narraciones que ha venido pergeñando –según confesara en una conversación reciente–, a lo largo de más de cuatro lustros de paciente orfebrería. En torno a ellas, y con el objetivo de contribuir a vulnerar ese silencio sospechoso que suele suceder a la publicación de muchos libros, trataré de configurar las impresiones que me ha sugerido su lectura.
Un ilustre argentino, asomándose con lúcida brevedad a las notables invenciones de Juan José Arreola, comentaba que aquel, desdeñando las circunstancias históricas, geográficas y políticas, demoraba sus ojos en el universo y en sus posibilidades fantásticas. Y algo bastante parecido podría suscribirse a propósito de este autor y de Una gota de sangre sobre las sábanas, cuidadosa edición alumbrada y puesta a circular hace unos días por Maltiempo Editores. Tanto es así, que de los catorce relatos que constituyen el corpus del cuaderno, apenas dos asumen el tratamiento de una inmediatez comprometida con situaciones más o menos verosímiles; los restantes, a mi modo de ver, son el resultado artístico de la imaginación del escritor que, como intentaremos demostrar más adelante, revela una de sus fuentes nutricias en la aproximación al magisterio y, consecuentemente, al influjo de nombres cuya ejecutoria los ha hecho merecedores de un sitial privilegiado dentro de la narrativa hispanoamericana.
Para ilustrar de alguna manera lo que digo, me permitiré compendiar en pocas líneas dos textos que, más allá de sus diferencias espacio-temporales, presentan indudables puntos de contacto con respecto a su hechura. El primero es el que presta su título a la colección: alguien asiste al nacimiento de un esbozo fálico en las intimidades de su región pubiana, y el engrosamiento y la posterior y extraordinaria elongación del mismo lo transforman en un ofidio de proporciones increíbles que, instigado por la voracidad de su apetito, concluye agrediendo al personaje que le sirve como sostén de su existencia. En el segundo, un empleado de oficinas vislumbra, desde una de las ventanas del sitio donde realiza sus labores, a un anciano cuyo desaliento lo induce a presumir que intentaría suicidarse; luego de agotar varias jornadas infructuosas tratando de acercársele con la intención de disuadirlo, este hombre –ya llegado a la edad del viejo que quiso arrebatarle a la muerte y víctima de la soledad y de las enfermedades– termina viéndose con el cañón de un revólver apoyado en las sienes y en disposición de apretar el disparador.
Contrariamente a lo que pudiera inferirse de lo antedicho, el desenlace presumible logra distanciarse de su aureola fatídica gracias a que, cercanos al final, el vuelco súbito de la voz hacia un entorno que ha permanecido al margen de ambas historias, nos convence de que sólo se nos han participado elucubraciones signadas por los sueños. Y de semejante recurrencia al universo onírico, de su recreación y de su alternancia con elementos exornados por visos de aparente credibilidad, no es difícil encontrar múltiples referentes literarios. Quizás Las ruinas circulares y La noche bocarriba pudieran señalarse como dos de las conquistas más connotadas en este ámbito, y parecería cuestionable sospechar que el escritor que nos ocupa no haya bebido en la ejemplaridad de tales surtidores.
En La muerte por todos los rincones, el más extenso de los relatos que conforman el libro y, a mi juicio, uno de sus logros fundamentales, se adivina la sombra tutelar de Rulfo sobre el protagonista que nos cuenta, desde la oscuridad del ataúd donde ha sido sepultado, la planificación de su deceso voluntario. Asimismo, Fabricante de sueños denota ciertos vínculos con Me alquilo para soñar, texto que García Márquez incorporó a Doce cuentos peregrinos e, incluso, ese “ojo inquisidor” y la acechanza impuesta a la abuelita que conocemos a través de Rojo de caperuza, evocan algunos pasajes de El corazón delator, probablemente una de las numerosas narraciones que continúan sustentando la celebridad de Poe.
Julio César Blanco Rossitto escribe consciente de que la singularidad, a estas alturas, no pasa de ser una utopía. Y sin menoscabar los aportes personales, creo que su mérito más notorio radica, sobre todo, en una respetable capacidad para nutrir la fantasía con ficciones preexistentes y ofrecernos después, valiéndose de un amplio abanico de recursos ya domesticados, una visión propia sobre temas que, aunque no sean vírgenes, toleran nuevos abordajes creativos si se les asume desde puntos de vista diferentes a los anteriores. Dada la multiplicidad de sujetos narrativos que coexisten a veces dentro de un mismo relato, no sería de extrañar que más de uno requiriera de un retorno a los orígenes para su exacta comprensión. Ello, sin embargo, no habrá de conspirar en contra de quienes se dispongan al disfrute del cuaderno. Escrito sin descuidar las nociones de tensión e intensidad que tanto interés le merecieran a Cortázar, pienso que Una gota de sangre sobre las sábanas, además de privilegiarse con la atención de sus futuros lectores, no le dará motivos a su autor para excluirlo del panorama definitivo de sus obras.
Diríase que Julio César Blanco Rossitto (Ciudad Bolívar, 1961) es uno de esos creadores meticulosos que no evidencian aptitudes para comulgar con probables arrepentimientos ulteriores. A pesar de tener publicados tres libros de poemas, ha esperado a que desaparezcan todas las humedades de la clepsidra para entregarnos su primera compilación de las narraciones que ha venido pergeñando –según confesara en una conversación reciente–, a lo largo de más de cuatro lustros de paciente orfebrería. En torno a ellas, y con el objetivo de contribuir a vulnerar ese silencio sospechoso que suele suceder a la publicación de muchos libros, trataré de configurar las impresiones que me ha sugerido su lectura.
Un ilustre argentino, asomándose con lúcida brevedad a las notables invenciones de Juan José Arreola, comentaba que aquel, desdeñando las circunstancias históricas, geográficas y políticas, demoraba sus ojos en el universo y en sus posibilidades fantásticas. Y algo bastante parecido podría suscribirse a propósito de este autor y de Una gota de sangre sobre las sábanas, cuidadosa edición alumbrada y puesta a circular hace unos días por Maltiempo Editores. Tanto es así, que de los catorce relatos que constituyen el corpus del cuaderno, apenas dos asumen el tratamiento de una inmediatez comprometida con situaciones más o menos verosímiles; los restantes, a mi modo de ver, son el resultado artístico de la imaginación del escritor que, como intentaremos demostrar más adelante, revela una de sus fuentes nutricias en la aproximación al magisterio y, consecuentemente, al influjo de nombres cuya ejecutoria los ha hecho merecedores de un sitial privilegiado dentro de la narrativa hispanoamericana.
Para ilustrar de alguna manera lo que digo, me permitiré compendiar en pocas líneas dos textos que, más allá de sus diferencias espacio-temporales, presentan indudables puntos de contacto con respecto a su hechura. El primero es el que presta su título a la colección: alguien asiste al nacimiento de un esbozo fálico en las intimidades de su región pubiana, y el engrosamiento y la posterior y extraordinaria elongación del mismo lo transforman en un ofidio de proporciones increíbles que, instigado por la voracidad de su apetito, concluye agrediendo al personaje que le sirve como sostén de su existencia. En el segundo, un empleado de oficinas vislumbra, desde una de las ventanas del sitio donde realiza sus labores, a un anciano cuyo desaliento lo induce a presumir que intentaría suicidarse; luego de agotar varias jornadas infructuosas tratando de acercársele con la intención de disuadirlo, este hombre –ya llegado a la edad del viejo que quiso arrebatarle a la muerte y víctima de la soledad y de las enfermedades– termina viéndose con el cañón de un revólver apoyado en las sienes y en disposición de apretar el disparador.
Contrariamente a lo que pudiera inferirse de lo antedicho, el desenlace presumible logra distanciarse de su aureola fatídica gracias a que, cercanos al final, el vuelco súbito de la voz hacia un entorno que ha permanecido al margen de ambas historias, nos convence de que sólo se nos han participado elucubraciones signadas por los sueños. Y de semejante recurrencia al universo onírico, de su recreación y de su alternancia con elementos exornados por visos de aparente credibilidad, no es difícil encontrar múltiples referentes literarios. Quizás Las ruinas circulares y La noche bocarriba pudieran señalarse como dos de las conquistas más connotadas en este ámbito, y parecería cuestionable sospechar que el escritor que nos ocupa no haya bebido en la ejemplaridad de tales surtidores.
En La muerte por todos los rincones, el más extenso de los relatos que conforman el libro y, a mi juicio, uno de sus logros fundamentales, se adivina la sombra tutelar de Rulfo sobre el protagonista que nos cuenta, desde la oscuridad del ataúd donde ha sido sepultado, la planificación de su deceso voluntario. Asimismo, Fabricante de sueños denota ciertos vínculos con Me alquilo para soñar, texto que García Márquez incorporó a Doce cuentos peregrinos e, incluso, ese “ojo inquisidor” y la acechanza impuesta a la abuelita que conocemos a través de Rojo de caperuza, evocan algunos pasajes de El corazón delator, probablemente una de las numerosas narraciones que continúan sustentando la celebridad de Poe.
Julio César Blanco Rossitto escribe consciente de que la singularidad, a estas alturas, no pasa de ser una utopía. Y sin menoscabar los aportes personales, creo que su mérito más notorio radica, sobre todo, en una respetable capacidad para nutrir la fantasía con ficciones preexistentes y ofrecernos después, valiéndose de un amplio abanico de recursos ya domesticados, una visión propia sobre temas que, aunque no sean vírgenes, toleran nuevos abordajes creativos si se les asume desde puntos de vista diferentes a los anteriores. Dada la multiplicidad de sujetos narrativos que coexisten a veces dentro de un mismo relato, no sería de extrañar que más de uno requiriera de un retorno a los orígenes para su exacta comprensión. Ello, sin embargo, no habrá de conspirar en contra de quienes se dispongan al disfrute del cuaderno. Escrito sin descuidar las nociones de tensión e intensidad que tanto interés le merecieran a Cortázar, pienso que Una gota de sangre sobre las sábanas, además de privilegiarse con la atención de sus futuros lectores, no le dará motivos a su autor para excluirlo del panorama definitivo de sus obras.
Yaritagua, 2/1/2010
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