15 de mayo de 2010

Elegía precoz a un padre vivo

Humanamente limpio,
descorriendo
la nube alucinante
que sin aviso previo derramara
sus cuentas de abalorios,
suele inclinarse leve,
como una sombra más,
hacia su nombre.

Ahora que se confiesa vulnerado,
que ya gastó su piel bajo el hechizo
de airosos ademanes,
ordenando sus sílabas inermes
concluye que las frías navajas del invierno
le humedecen los años,
la estatura.

Tocado arteramente
por ese olor a bruma que afirman los desastres,
yo regreso al origen de sus grietas,
a su memoria hecha de tímpano y sudores,
y hallo la casa triste,
sus ojeras,
el sitio
donde la mesa exhibe
la súbita orfandad de una vajilla.

Agua que apenas roza los límites, las voces
dictadas por un símbolo,
sólo anhela escanciar
toda la sed de su postura humana
sobre la lengua de los hartos;
sólo anhela decir: hay otra fuente
bajo el arroz que lloran los humildes;
sólo anhela saber, de alguna forma,
– hurtando el corazón
a tanta fe varada en los designios –
cuándo podrán leerse
las iluminaciones prometidas
en el silencio enorme que ilustran los diarios.



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