Lluvia gris. El aire huele
a pobreza humedecida
y, aún latente, la embestida
de una ponzoña nos duele.
Algo reclama que vuele
contra el odio la bonanza.
Gruñe la sombra: nos lanza
mordeduras de salmuera,
y abiertamente acelera
sus latidos la esperanza.
Llora un niño. La tristeza
lo lastima noche a noche
y, ajeno, muestra el derroche
su oropel. ¿Habrá belleza
si no existe la nobleza
de la equidad? El cariño
será luminoso armiño
sólo si la unión se funda
y, levantándose, inunda
los ojos de cada niño.
Hacer por el bien de todos
nos eterniza. La muerte
no es realidad cuando advierte
que se lucha. Los beodos
de rabia diseñan modos
de anularnos el encuentro,
y se agazapan al centro
de la bruma y el barranco,
porque un ejército blanco
marcha corazón adentro.
El dolor debe cuidarse
también de su propia España.
Trocar la duda en cizaña
no es difícil. Desnudarse
podría ser como armarse
para escalar. Si la roca
junto al agua se coloca
tórnase arena. Es urgente
rozar la luz de la frente
cuya estrella nos convoca.
Roto el llanto, se desvive
por su entierro la familia
y así la paz se concilia
con el cuerpo. Quien suscribe
su verdad sólo percibe
que el tiempo siempre es escaso
para iluminar el paso
del futuro. Viviremos
tranquilos cuando enviemos
las penumbras al ocaso.
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