20 de diciembre de 2008

La revitalización de la décima: un asunto joven

Por Pedro Péglez González

Ya es tópico (re)conocido el protagonismo de los poetas jóvenes en el proceso de revitalización de la poesía escrita en estrofas de diez versos, del que ha sido testigo el panorama literario cubano a partir de fines de los 80 y principios de los 90 del pasado siglo y extendido hasta nuestros días.

La asunción de las coordenadas de la dominante cultural de la posmodernidad en la literatura, con lo que ello conlleva de rescate de valores pertenecientes a la historia del hombre y su cultura, ganó a no pocos escritores nacidos en los 60 y los 70 para el ejercicio, con su propia y renovadora visión estética de su época, de estructuras cerradas en cierto modo desatendidas como el soneto y la décima, esta última con especial delectación.

Los resultados conforman todo un suceso cultural – al que no han sido ajenos, por cierto, poetas de otras generaciones, estimulados por el quehacer de los noveles –,fenómeno que si no se conoce mejor (y se conoce bien poco) es sobre todo por su coincidencia en el tiempo con la depresión editorial que padeció el país en los 90 del siglo pasado, y de la cual por suerte se ha venido recuperando nuestro ámbito literario.Uno de los libros de décimas que validaron ese proceso fue El mundo tiene la razón, de Ronel González y José Luis Serrano (ambos nacidos en Holguín en 1971), título que ganó en 1995 el Premio Cucalambé – el más importante de la décima escrita –, del cual salieron de las prensas sólo 600 ejemplares con una factura sumamente modesta, y en cuyo prólogo Waldo González López – entonces presidente del jurado –señalaba como virtudes del conjunto la ruptura del esquema gráfico-sintáctico-sonoro de la décima "clásica" y las referencias a temas culturales de dimensión universal.

Ya el primer poema de El mundo... es una apropiación, en este caso del quijotismo como conducta vital, releída a tenor de la nueva etapa que empezaba a vivir el orbe: En un lugar de La Mancha/ de cuyo nombre no quiero/ acordarme un caballero/ traté de ser Mi avalancha/ justiciera fue la ancha/ tristeza de unos gigantes/ que huyeron hacia distantes/ leyendas Hoy mi destino/ es desandar los caminos/ pensando en los rocinantes/ que no tendré Peregrino/ de tristísimos aciertos/ sigo desfaciendo entuertos/ por doquier El desatino/ siempre cambia de molino/ (siempre cambia) Agonizantes/ somos cuerdos los andantes/ (somos cuerdos) y al final/ todo es un sucio ritual/ que nunca escribió Cervantes.

De allá a acá, el propio concurso Cucalambé – nacional hasta 1999, iberoamericano desde el 2000 – ha dado a la luz títulos de obligada referencia para quien quiera acercarse al apuntado fenómeno de revalidación de la espinela, la mayor parte de ellos con autoría de poetas de reciente promoción: Sueños sobre la piedra (Alberto Garrido, Santiago de Cuba, 1966); Perros ladrándole a Dios (Carlos Esquivel, Las Tunas, 1968); Con esta leve oscilación del péndulo (Yunior Felipe Figueroa, Holguín, 1977); y el último puesto en letra impresa, Examen de fe (José Luis Serrano, Holguín, 1971). Este año la tunera editorial Sanlope, encargada de los premios Cucalambé, entregará el libro galardonado en el 2002, Otra vez la nave de los locos, de María de las Nieves Morales (Ciudad de La Habana, 1969).

Otros decimarios, premiados y/o publicados en el período, también revelan el predominio de autores jóvenes; verbigracia, los procedentes del concurso Fundación de Santa Clara, entre ellos El libro del cruel fervor, de Jesús David Curbelo (Camagüey, 1965); Aneurisma, del ya citado José Luis Serrano; y Soldado desconocido, de Yamil Díaz (Santa Clara, 1971). Al mismo tiempo, empiezan a aparecer libros de poesía en décimas como ganadores de convocatorias de poesía en general; tal es el caso de El libro de los cánticos, de José Antonio Vilaseca (Ciudad de La Habana, 1963), que emergió triunfador del Premio Félix Pita Rodríguez en su edición de 1999.

Y ya que hablo de jóvenes y lizas literarias: un certamen jovencísimo (tres ediciones, del 2001 al 2003), desde su pequeño formato (10 a 15 décimas), viene también a cuento para subrayar el protagonismo de punta de los poetas noveles: el concurso nacional Ala Décima, patrocinado por el grupo de igual nombre, adscrito al Centro Iberoamericano de la Décima y el Verso Improvisado. Con una participación anual que promedia el medio centenar de obras, procedentes de entre 8 y 11 provincias, los tres capítulos realizados de Ala Décima dan testimonio de una atención progresiva de los autores jóvenes.

En la tercera edición, ya los escritores nacidos en los 60 y los 70 resultaron mayoría entre el conjunto de premios y menciones. Arístides Valdés Guillermo (Corralillo, Villa Clara, 1960) alcanzó el primer sitio con Doce apuntes de un náufrago al inicio del milenio, cuyo discurso de hombre sufriente deja escapar una filiación martiana que lo salva del naufragio: Estalla el trueno. Conozco/ su gravedad, su argumento,/ y en la fábula que invento/ cada minuto es más hosco./ Una voz que reconozco/ sobre mi pecho retumba./ El rayo reluce: zumba/ el viento por el cortijo,/ y yo sé que solo el hijo/ me hará escapar de la tumba.

Por su parte, Diusmel Machado (Guáimaro, Camagüey, 1975), en Abstemio de la gloria, laureado con el segundo premio, apela al diálogo con Ganímedes, copero en los banquetes de los dioses griegos, para una personal profesión de fe: Yo no probaré los vinos/ del Olimpo, porque todo/ lo humano me sabrá a lodo,/ y perderé los caminos/ que al cielo van. ¡Oh destinos/ inútiles! Sólo temo/ embriagarme a tal extremo/ que en mi sueño de gigante/ Nadie su estaca levante/ al ojo de Polifemo.

La tunera Ana Rosa Díaz Naranjo (1973) mereció primera mención con sus Endechas del no elegido, donde invoca al infinito: Qué te espío/ si he de cargar mi agnusdéi./ Qué fábulas te harán rey/ para juzgar el hastío/ que me envuelve. ¿Cuál navío/ cargará las ilusiones,/ desprecios, sueños, naciones,/ cosidos a tu doctrina?/ Parto, mi Dios, cristalina,/ al fin de las estaciones.

También de Las Tunas, José Antonio Guerra (1970) es el autor de Mujeres sobre la espuma, que obtuvo en el III Ala Décima el premio Décimas para el amor, uno de los galardones temáticos que ofrece la convocatoria. Dice Guerra en sus textos: Si no humedezco mi vaso/ y me acuchillan los duendes./ Si en este rugir te ofendes/ ¿por qué me cuelga tu brazo?/ Se me pierde hasta el ocaso/ y entre chillidos se esfuma/ ese andar que ya me abruma/ donde las copas aclaman/ mientras los ojos reclaman/ mujeres sobre la espuma.

Los premios de temas comunitario y erótico fueron a manos de autores capitalinos, de Guanabacoa para más señas. El primero, Omar Raúl Díaz Ávila (1975), con su texto En un lugar de La Mancha, critica el deterioro citadino: El pintor en su ejercicio/ quiso ilustrar la ciudad,/ con los rastros de humedad/ que había en su desperdicio./ Este derrumbe es un vicio/ en toda su arquitectura./ Y el pintor con su locura/ botó lejos su camisa:/ Pintó en el lienzo una brisa/ que no llevaba pintura.

En su caso, Rafael de Jesús Valdivia (1970), con Eppur si muove, da rienda suelta a la libido en quince décimas de una renovada picaresca: Digo bien frente al espejo,/ cadera, seno, pupila./ Del río que me destila/ soy timonel. Yo manejo./ Suelto sobre ti no dejo/ que la corriente me lleve./ -¡Cielos! --grito- afuera llueve./ Frota mi barca el canal./ Hoy dicen que es coito anal;/ mas digo: ¡Pero se mueve!

El premio accesorio de Juventud Rebelde en el III Ala Décima fue concedido a Libán H. Izquierdo (1968), del municipio capitalino de Boyeros, por un cuaderno entre cuyas estrofas se autodefine: Almendro el morir me acosa,/ y tanto abrasar procuro/ que no advierto lo más puro/ de ser gestor de la glosa./ Arpegio, sol, mariposa,/ alzo vuelo, canto, ardo,/ soy pedestal y soy fardo,/ yo soy conjuro, soy fe./ Todo eso soy, porque sé/ que tengo más que el leopardo.

Ala Décima, por lo que se ve, al igual que otros certámenes decimísticos del país, está siendo saludable espacio para un espectro participativo de amplia variedad temática y diversidad de enfoques, y en ello están tomando partido poético los jóvenes creadores, con la vocación de avanzada que los ha caracterizado desde los inicios de este proceso de revitalización de la que Fornaris llamó estrofa nacional. Proceso que ya sobrepasa la década de búsquedas y hallazgos, sin que aún se le conozca suficientemente
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