18 de diciembre de 2008

Salvaguardando la memoria

Muchos años después, ante las páginas de un libro recién salido de una de las imprentas de la Fundación editorial el perro y la rana, el niño que suele convivir con los recuerdos del adulto que ahora soy, dióse a evocar las líneas finales de un poema de Carl Samburg: “Cuando yo, el pueblo, no me olvide de quien quiso tomarme por tonto, (….) la chusma, la multitud, la masa, entonces llegará”.

Sintantatinta
, ópera prima de Armando Cerón Silva, reúne ventiocho ensayos cimentados en el análisis de la inmediatez social que, a contrapelo de sus casi siempre furibundos y acérrimos detractores, continúa oxigenando los pulmones de estos países nuestros. Periodista nacido hace alrededor de diez lustros en Colombia y radicado en Barquisimeto gracias, probablemente, al ventarrón inexorable de la diáspora, el autor comulga sin ambages con la honestidad y, ya desde las palabras que fungen como presentación de su trabajo, nos confiesa el itinerario de su credo desde la indiferencia inicial hasta el compromiso presupuesto en su participación directa o como simple observador en los acontecimientos que analiza.

Conocedor de que la neutralidad nunca pasará de ser un eufemismo encaminado a solapar quién sabe qué aviesas intenciones, Armado reflexiona, dictamina y enseña – porque algunos de sus textos se me antojan dotados de un encomiable y necesario didactismo – desde la posición de los otrora preteridos. Ello, sin embargo, no lo induce a tender ninguna especie de cortina de humo sobre actitudes o acciones que, pergeñadas y defendidas a ultranza por aparentes o insobornables partidarios del chavismo, comoquiera que implicitan, para un ojo sagaz, una desviación del curso de las aguas, lejos de favorecer, no sólo desacreditan, sino que además, -
y esto es lo más lamentable - desencantan y restan cofrades al proceso de cambios iniciado hace más una década en la patria pequeña de Bolívar.

“Si le quitas la piel a un extremista – pareciera estar gritándonos todavía el camarada Ilich – encontrarás debajo a un oportunista”. Esto lo sabe Cerón Silva, como sabe también que la astucia de un lobo agazapado bajo la mansedumbre de un cordero podría resultarle mucho más perjudicial a los intentos del rebaño que la emboscada o el ataque descubierto de una jauría famélica. De ahí que, a pesar de su declarada filiación ideológica, sea poco menos que difícil descubrir parcialidades en los ensayos de este libro. Hay en él un compromiso incuestionable con las exigencias de la ecuanimidad, y el dedo se apresura, certero y sin misericordias banales, a descender sobre la llaga sin detenerse a discriminar acerca del color político de quien la muestra.

Con un discurso transparente, ágil y sentencioso, salpicado en ocasiones por ciertos guiños de ironía degustable y siempre afín a los reclamos de su oficio; yuxtaponiendo ideas breves mediante la utilización mesurada del asíndeton o eslabonándolas a través de la recurrencia a las conjunciones, Armando disecciona, sobre todo, la cotidianidad social venezolana de los últimos años. En apariencias, casi nada consigue sustraerse a la lucidez inquisitiva de sus ojos. Leyéndolo, emprendemos un viaje sustancioso a través de temáticas tan insoslayables como la corrupción, el consumismo, las adicciones, los consejos comunales, el fariseísmo y ese otro estupefaciente sugerido por la mala fe de aquellos que, con el auxilio de la falacia y la tergiversación y el disfraz y los medios de comunicación, se empecinan en estigmatizar las esperanzas tangibles que, ineluctablemente, han contribuido al desperezamiento de las mayorías.

Juzgo deliciosa esa extrapolación que hace el escritor de una parábola evangélica y su atinada recontextualización con elementos del entorno actual, y esclarecedor el texto donde alude al frustrado Congreso Anfictiónico de Panamá. “Los protagonistas de hoy - escribe Armando – son los descendientes de los protagonistas de entonces. Ahí están los políticos de siempre, los firmones, los oportunistas, los herederos de la política que se impuso en ese momento. Ahí están también los patriotas sobrevivientes, en la resistencia, que han podido mantener a duras penas la débil llama de las grandes y buenas ambiciones, que hoy recobran la razón y la vida”. Bofetada mortífera esta que aplica su intelecto a la pobreza reflexiva de quienes, con inusitada tozudez y lógicas mezquindades de por medio, pretenden insuflarle un hálito de reciente novedad a las divisiones sociales que, atribuibles a la inequidad en la distribución de las riquezas, han coadyuvado a distanciarnos prácticamente desde el arribo a nuestras costas de aquel osado genovés. El fantasma que ahora transita por varios países de nuestro continente no es otra cosa que la materialización, en la praxis, de las enseñanzas del Libertador. “Los árboles han de ponerse en fila – sigue advirtiéndonos alguien – para que no pase el gigante de las siete leguas”.

Lamento que en un libro diseñado con tanta exquisitez se resienta, durante algunos saltos de página, la muy bien lograda coherencia del hablante, y que múltiples pifias gramaticales hayan escapado a la curiosidad de aquellos que, afortunadamente, se complotaron para su oportuno alumbramiento. Si bien detalles como estos conspiran contra el prestigio del que debe hacerse merecedora cualquier institución involucrada en la divulgación de las ideas, es de inferir que la constancia y la imprescindible intervención de un corrector de estilo habrán de complementarse para la consecución de la excelencia en ediciones venideras.

Por último, quizás parezca una aseveración precipitada, pero indudablemente la tal Utopía ha ido clarificando sus contornos y, así como avisaba entonces el poeta norteamericano que me he permitido citar al principio de este comentario, el pueblo ha comenzado a recordar y avanza dispuesto al abordaje de otras formas posibles de existencia. Sintantatinta, más que valioso testimonio dirigido a desterrar una considerable porción de las tinieblas con las que se intenta obnubilarlo, es un rotundo espaldarazo a la creciente y necesaria lucha para desarticular el andamiaje urdido por semidioses genuflexos y agraviados para desinformar y confundir, y es, también y prioritariamente, un acucioso empeño que le sustrae a las voracidades del olvido la memoria inmediata que Armando Cerón Silva nos sugiere salvaguardar, entre otras cosas, porque sin ella carecería de sustento esa otra memoria histórica que nuestra América sí necesita conservar.

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