Hay seres que, atrapados ineluctablemente por la pasión de la Literatura, deciden asaltar, con la perseverancia de su entrega, el ostracismo inherente a las pequeñas poblaciones. La concurrencia del azar me deparó, hace algunos días, un fructífero encuentro con uno de esos reverenciables arquetipos de irredimible tozudez.
Se llama Neri Carvallo Barragán. Nació en 1942 en Yaritagua, localidad ubicada a escasísimos kilómetros de Barquisimeto. Y es probable que sólo al compromiso con una vocación ineludible y al empeño de convertir en trazos duraderos la efímera vitalidad de las palabras, deba el lujo de haber contemplado el alumbramiento editorial de siete libros de poemas rubricados por su nombre. De un trago único acabo de catar, como a los buenos vinos, el último de ellos.
De todos los silencios… de todos los caminos… agrupa medio centenar de textos que acusan la permanencia de un hacedor de versos con un dominio respetable de sus recursos expresivos. Alfa y omega de casi todo lo animado, el mutismo déjase vulnerar por el entorno vivencial de alguien que, luego de paladear el polvo agazapado en esa multiplicidad de senderillos que presuponen su itinerario por el tiempo, nos lo devuelve convertido en símbolos de transparencia degustable. Nada sería el poeta, sin embargo, si la sumatoria de tales fragmentos, al ser incorporados a su imán, se resiste a ser asumida como propia por los destinatarios del mensaje.
Con la poesía de Neri Carvallo, gracias a una virtud dable sólo a la honestidad de los artífices, asistimos a la pluralización de las singularidades y a la persistencia del lampo en la memoria agradecida del lector. Hay en estos poemas, donde la concisión y el tono les confieren a más de uno cierto aire aforístico, una musicalidad que se materializa a expensas del uso del metro endecasílabo y su decantada fusión con otras entidades métricas afines. El lenguaje, salpicado de atinadas y múltiples metáforas, evade felizmente las connotaciones laberínticas y se nos ofrece, híbrido de profundidad y sencillez, con la misma limpieza de la fuente que admite la contemplación de las piedrecillas depositadas en su fondo.
Dándose a la introspección de la naturaleza, génesis de varios de los textos, y tocado por un carisma incuestionable para sorprender la perdurabilidad de lo instantáneo, Carvallo bosqueja cuadros cuya exquisitez no sería desdeñada por los amantes del impresionismo:
Polifemos azules
imponen el rigor de sus miradas.
La espiga
duerme en las oraciones del labriego
y orugas voladoras
ornan de trinitarias el altar del crepúsculo.
(…………………………………)
… en la distancia herida de candelas
un embrión de relámpagos ocultan las cenizas.
(de Presagios)
Pero también paisajes de resonancias interiores, de reminiscencias e intimismo, de espiritualidades que fundamentan sus latidos a partir del tránsito de la individualidad acicateada por el afán de conformarle un rostro a la embriaguez de sus anhelos, no siempre conquistados, hallan cabida en el lirismo que consagra las inquietudes del poeta:
En todos los motivos hay encuentros
donde el hombre se abisma de silencios sagrados.
(…………………………………..)
Sin embargo,
todo se hace más noble, más grande y más humilde
con la sinceridad de alguna lágrima.
(de Encuentros)
La mujer, símil de aroma repartido que transfigura en admirable gesto cercanas agonías, incitación pecaminosa y, al mismo tiempo, síntesis y perpetuación de la bondad implícita en las realizaciones amatorias sólidamente cimentadas, desde la complicidad de alguna página hurta confidencias a la franqueza comprometida con el sujeto lírico:
En el oscuro bosque de mis tardes,
tú, muchacha bonita,
iluminas mis últimos pecados
con la flor incendiaria de tu beso.
(de Orquídea)
En compendio, estos poemas de Neri Carvallo tipifican una ejemplar simbiosis entre la conciencia y la materia donde, tal como afirma el signatario del lúcido preámbulo, “angustia y monte van de la mano haciendo y deshaciendo los caminos, con la firme tarea de mantener su continuidad y buscando el equilibrio que necesitan ambas existencias”. De modo que asomarse a la concreción artística engendrada por la meditación del creador en torno a esta palpable dualidad se trocará, sin duda, en sano esparcimiento para quienes descubren en la poesía uno de los tantos senderos que conducen a enaltecer el alma de las cosas y a mejorar la vida.
Finalmente, si hay algo que no juzgo atinado en este libro, es la censurable parquedad de su tirada. Infiero que, a pesar de que su circulación se redujera sólo a los límites estadales, quinientos ejemplares no resultan suficientes para satisfacer las hipotéticas demandas. Muy loable sería que las instituciones involucradas en el proceso editorial, engorroso in extremis para los forjadores de las letras en el estrecho marco de la oquedad municipal, asumieran con meridiana claridad la trascendencia de su rol. Mal encaminados deben de andar los pueblos cuando se le oblitera la amplitud al espacio ganado, a golpes de esplendidez y de constancia, por la sabiduría de sus hijos.
Se llama Neri Carvallo Barragán. Nació en 1942 en Yaritagua, localidad ubicada a escasísimos kilómetros de Barquisimeto. Y es probable que sólo al compromiso con una vocación ineludible y al empeño de convertir en trazos duraderos la efímera vitalidad de las palabras, deba el lujo de haber contemplado el alumbramiento editorial de siete libros de poemas rubricados por su nombre. De un trago único acabo de catar, como a los buenos vinos, el último de ellos.
De todos los silencios… de todos los caminos… agrupa medio centenar de textos que acusan la permanencia de un hacedor de versos con un dominio respetable de sus recursos expresivos. Alfa y omega de casi todo lo animado, el mutismo déjase vulnerar por el entorno vivencial de alguien que, luego de paladear el polvo agazapado en esa multiplicidad de senderillos que presuponen su itinerario por el tiempo, nos lo devuelve convertido en símbolos de transparencia degustable. Nada sería el poeta, sin embargo, si la sumatoria de tales fragmentos, al ser incorporados a su imán, se resiste a ser asumida como propia por los destinatarios del mensaje.
Con la poesía de Neri Carvallo, gracias a una virtud dable sólo a la honestidad de los artífices, asistimos a la pluralización de las singularidades y a la persistencia del lampo en la memoria agradecida del lector. Hay en estos poemas, donde la concisión y el tono les confieren a más de uno cierto aire aforístico, una musicalidad que se materializa a expensas del uso del metro endecasílabo y su decantada fusión con otras entidades métricas afines. El lenguaje, salpicado de atinadas y múltiples metáforas, evade felizmente las connotaciones laberínticas y se nos ofrece, híbrido de profundidad y sencillez, con la misma limpieza de la fuente que admite la contemplación de las piedrecillas depositadas en su fondo.
Dándose a la introspección de la naturaleza, génesis de varios de los textos, y tocado por un carisma incuestionable para sorprender la perdurabilidad de lo instantáneo, Carvallo bosqueja cuadros cuya exquisitez no sería desdeñada por los amantes del impresionismo:
Polifemos azules
imponen el rigor de sus miradas.
La espiga
duerme en las oraciones del labriego
y orugas voladoras
ornan de trinitarias el altar del crepúsculo.
(…………………………………)
… en la distancia herida de candelas
un embrión de relámpagos ocultan las cenizas.
(de Presagios)
Pero también paisajes de resonancias interiores, de reminiscencias e intimismo, de espiritualidades que fundamentan sus latidos a partir del tránsito de la individualidad acicateada por el afán de conformarle un rostro a la embriaguez de sus anhelos, no siempre conquistados, hallan cabida en el lirismo que consagra las inquietudes del poeta:
En todos los motivos hay encuentros
donde el hombre se abisma de silencios sagrados.
(…………………………………..)
Sin embargo,
todo se hace más noble, más grande y más humilde
con la sinceridad de alguna lágrima.
(de Encuentros)
La mujer, símil de aroma repartido que transfigura en admirable gesto cercanas agonías, incitación pecaminosa y, al mismo tiempo, síntesis y perpetuación de la bondad implícita en las realizaciones amatorias sólidamente cimentadas, desde la complicidad de alguna página hurta confidencias a la franqueza comprometida con el sujeto lírico:
En el oscuro bosque de mis tardes,
tú, muchacha bonita,
iluminas mis últimos pecados
con la flor incendiaria de tu beso.
(de Orquídea)
En compendio, estos poemas de Neri Carvallo tipifican una ejemplar simbiosis entre la conciencia y la materia donde, tal como afirma el signatario del lúcido preámbulo, “angustia y monte van de la mano haciendo y deshaciendo los caminos, con la firme tarea de mantener su continuidad y buscando el equilibrio que necesitan ambas existencias”. De modo que asomarse a la concreción artística engendrada por la meditación del creador en torno a esta palpable dualidad se trocará, sin duda, en sano esparcimiento para quienes descubren en la poesía uno de los tantos senderos que conducen a enaltecer el alma de las cosas y a mejorar la vida.
Finalmente, si hay algo que no juzgo atinado en este libro, es la censurable parquedad de su tirada. Infiero que, a pesar de que su circulación se redujera sólo a los límites estadales, quinientos ejemplares no resultan suficientes para satisfacer las hipotéticas demandas. Muy loable sería que las instituciones involucradas en el proceso editorial, engorroso in extremis para los forjadores de las letras en el estrecho marco de la oquedad municipal, asumieran con meridiana claridad la trascendencia de su rol. Mal encaminados deben de andar los pueblos cuando se le oblitera la amplitud al espacio ganado, a golpes de esplendidez y de constancia, por la sabiduría de sus hijos.
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